1.9.07

Día 12. De vuelta a casa

Nos levantamos con la fresca. Àngel, Jimena y yo salimos de paseo. Desayunamos en Pershing Square, frente a la estación central. Un dominicano nos atiende. Queremos andar la ciudad y a ello nos ponemos, Hay un mercado que ocupa varias manzanas. Empezamos a subirlo. Jimena se relaja la espalda a manos de un especialista japonés. Camisetas, comida, gafas, herramientas. Todo se vende. Hay algo de ironía en el contrapunto que suponen los rascacielos como fondo y las baratijas como sustancia. Volvemos a ver Central Park, pero ahora lo bordeamos. Seguimos de paseo y entramos en la tienda oficial de la enebea. De adolescente, en la época de los grandes duelos entre los Lakers y los Celtics, yo era seguidor de estos últimos, así que me marco un pequeño homenaje adquiriendo un gorro verde decorado con un trébol. La ciudad es un paseo por el mundo; la sede de Tiffany, la de Playboy, el iphone… apenas queda nada que no esté por aquí. Quizá hasta me haya cruzado con algún personaje de Woody Allen. Qué lejana queda España desde Broadway; qué pequeños aparecen nuestros problemas y qué insignificantes somos, como país, en el concierto mundial.

Hay que viajar, pienso mientras volvemos al hotel, donde vamos a almorzar antes de salir para el JFK. Es nuestro único antídoto contra el medio en el que hemos nacido. Es la única manera de intentar construirnos como personas frente a las identidades que nos trata de imponer nuestro entorno natural. Al fin, almorzamos. Al aeropuerto nos lleva un taxista de Sri Lanka que habla un inglés espantoso. Como no le gusta el túnel, nos hace salir de Manhattan por los puentes. También lleva su música puesta, quizá porque aún no ha entendido que la patria es aquella que da de comer a sus hijos. En cualquier caso, salir de la isla a través de uno de los puentes es una hermosa forma de despedirse de esta ciudad.

Llega la hora de hacer balance. Estados Unidos es un gran país. El viaje ha sido fascinante y muchos aspectos han impresionado al Perdíu. Ha habido también impresiones negativas, pero tengo una duda. No sé hasta qué punto muchas de ellas son únicamente el rechazo que nos produce lo diferente. Por ejemplo la estética. No tengo claro que mi concepto sea mejor, y quizá lo rechazo únicamente porque no es el mío. Está también el caso del transporte público. Objetivamente, el Metro de Madrid está varios escalones por encima en cuanto a calidad y conservación de cualquiera de los metros que hemos visto aquí, pero claro, la mitad de la red de metro de Madrid tiene menos de quince años. En Boston, el metro tiene más de setenta. Así que creo que es importante contextualizar. Veremos como está el metro de Madrid en el año 2075. Empero, algunos otros aspectos son menos discutibles. El proceso de vaciado de los centros de las ciudades parece conducir al país a un nuevo modelo de segregación que ya apuntó, con su maestría habitual, Kaplan en su Viaje al futuro del imperio. Hay suburbios pobres, algunos con un nivel de deterioro estructural que quizá no tenga parangón en España.

Llegamos al aeropuerto. No queda mucho más ya por hacer. El sistema de gestión de esperas de Delta es francamente mejorable, pero es lo que hay. Embarcamos, el viaje de vuelta es más ligero que el de ida. Aterrizamos en Madrid. A dormir un rato. Sanabria nos espera. Cuando uno acaba de llegar de la capital del mundo, el mejor rincón para descansar suele ser el que más lo aproxima a su infancia.

1 comentario:

Butzer dijo...

Bueno pues nada. De vuelta a España y ahora a recuperarse del cambio horario...
Bienvenido!
Saludos.