5.9.07

Generaciones

Escribo, mientras cae la tarde, en el jardín de mi casa. En Sanabria. Ventajas de los portátiles. Hace un rato, mi padre le hacía carantoñas a su primera nieta, Elicia. Está feliz con ella. Y juega con ella como nunca lo había visto jugar. Pienso que, a veces, la historia tiene finales felices.


Mi padre nació en 1932. Su país atravesaba una época convulsa que, pocos años después, se resolvería a la brava, mediante el castizo recurso a una guerra civil. En la postguerra pasó hambre. Tengo por ahí su cartilla de racionamiento. Un niño de doce años al que el Estado le daba la comida racionada. Con catorce, marchaba, andando, a trabajar a un túnel. Mierda de Estado que manda a trabajar a sus niños de catorce años. No pudo estudiar y cuando cumplió los veinte, la única salida era la emigración. Luego llegó su hijo. Nació en los setenta, con su país atravesando de nuevo otra época convulsa, tras la muerte del General Franco. Pero esta vez, quizá porque el simplón no estaba aún en política, la cosa acabó bien. Su hijo, que ya no pasó hambre, pudo estudiar. De pequeño en casa en Sanabria aún hacía algo de frío, pero aquello se acabó solucionando. Ahora llega su nieta. Todas las comodidades son pocas. Nada de hambre, por supuesto. Calefacción. Silla en el coche. Agua esterilizada. Mi padre sonríe. Mi hermana cree que es por la niña. Yo creo que también, pero sólo en parte. Creo que mi padre sonríe porque debe recordarse a sí mismo con quince años apostándose con el destino a que conseguirá un futuro mejor para sus hijos y sus nietos. Y sonríe porque ha ganado.


A veces, las historias terminan bien. Lo decía Gabriel Aresti, quizá el mejor poeta en eusquera del siglo XX: Batzutan esan zaharrak erratzen dira, que en castellano viene a ser algo así como “A veces, los viejos decires se equivocan”. Pues eso.


Cita de hoy:

La consigna estaba clara. Los institucionalistas no vamos a la zarzuela, ni a los toros, no a los colmados, y en la medida de lo posible evitamos el trato sexual con españolas, esos animales con anillos de oro colgando de las narices, cubiertas de pedrería, plumas y bordados, la navaja en la liga y la falda chorreando sangre.

La Institución [para Giner] era un islote de Europa en un océano de barbarie.

Marco, José María: Francisco Giner de los Ríos: pedagogía y poder. Península, Barcelona, 2002. Página 332


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy tiene la poesía en las manos. Muy bonito.

Armando dijo...

Sí,

Las musas le acompañan desde Estados Unidos...

Butzer dijo...

En verdad que sonrie por haber ganado una apuesta que esa generación se hizo a sí misma: salir adelante y dar a sus hijos y nietos un futuro mejor. Esa generación sin ninguna duda fue una gran luchadora.
Saludos.

Anónimo dijo...

La verdad, hoy me ha gustado mucho leer su historia, que ademas puede aplicarse a los que vivieron esa época convulsa en uno u otro bando.

Realmente creo que hoy todos estamos mejor y todos los hijos y nietos de aquellos españoles de la postguerra, hemos salido adelante gracias a ellos, asi que hay que apreciar y aprovechar lo que nos ha sido dado, en muchos casos, el mío, por ejemplo, sin esfuerzo.

blogorge dijo...

El caso es que da un poco de miedo: antes, sin darme cuenta, leía a mis mayores... ¡ahora leo a mis coetáneos!
Enhorabuena y gracias. Por el post y por el blog.