7.2.11

Nunca supe su nombre...

Nunca supe su nombre. Era sólo un perfil. Igual hasta he hablado aquí ya de él en algún momento. Era sólo un perfil, digo, asomado a la ventana. Fumando. Yo estaba en la carrera. Los cinco años. Mi rutina, siempre igual, llegaba la época de exámenes y había que sacar ocho horas de estudio: cuatro por la mañana, cuatro por la tarde. Era en casa de mis padres, hace ya tanto tiempo. Mi habitación, aún la veo, con la mesa de madera, siempre despejada. De cara a la luz, a la ventana. Enfrente, estaba siempre él. Debía de tener unos cincuenta, pelo más bien blanco, porte altiva. Se asomaba a fumar, algunas veces por la mañana, casi siempre por la tarde. Lo miraba, no sé si él me veía. Y yo, que tengo gran capacidad para la fabulación, sobre todo cuando estoy concentrado, enseguida le imaginaba varias vidas: viudo reciente que vive con su madre, capitán de barco ya retirado, un desengaño amoroso lo ha traído hasta Madrid, donde espera olvidar aquella argentina de ojos de plata que lo hechizó en Bahía Blanca

Nunca hablé con él. Creo que nunca llegué a verlo en la calle. Nunca supe quien era ni a qué se dedicaba. Ayer, volviendo a mi casa dando un paseo me lo encontré por el barrio. Está más viejo, debe frisar ya los sesenta y cinco. No sé si me reconoció. No le han sentado bien los años. Se ha abandonado. Y yo recordé al verlo, no sé porqué, aquellos versos de Vallejo dedicados a una araña enorme que ya no anda y de la que el poeta dice, al despedirse: “hoy me ha dado qué pena esa viajera”.

PS: Claudio Rodríguez principiaba así uno de sus más hermosos poemas, “Una aparición” de su libro “El vuelo de la celebración”: “Llegó con un aliento muy oscuro, / en ayunas, / con apetito seco, / muy seguro y muy libre, sin fatiga, / ya viejo, con arrugas / luminosas".

No hay comentarios: