29.7.11

De viaje por Ses Illes (y III)

Llegamos a Sóller. Un paisaje en el que uno imagina la historia de amor entreFlorentino Ariza y Fermina Daza a lo largo de los años. Esos amores demorados por los años, por las obligacionesl. De fonod, un paisaje cafetal. Colombiano. Remontando quizá el río Magdalena. Uno recuerda al coronel esperando el vapor en el que llega el correo. Esa montaña que cae sobre el pueblo. Esas nubes que se comen las montañas. Ese ambiente. También, ese ferrocarril: de cuando había empresas en España. Y de cuando había empresarios. Nos empieza a diluviar. Un paseo por el pueblo. Acabamos almorzando con cierta tranquilidad, en el mejor hotel de la ciudad. Ya saben, cuando uno llega a una ciudad desconocida, lo mejor es que uno busque el mejor hotel y allí pregunte por las doce mujeres más bellas. Aclara la tarde y nos acercamos al puerto a echar la tarde. Andar el mar. Estar en los sitios y ver algo más que la playa. La pequeña dársena. Una bahía cerrada por dos faros.

Hay algo mágico en el mar. Y también en esta isla colombiana enclavada en el mediterráneo. Lo vio Claudio Rodríguez que vino a aquí a enseñarnos a entender “la sorpresa de la claridad, / la inocencia de la contemplación”. Se nos cae la tarde. Volvemos a Calviá. Uno necesita montaña, mucha montaña, para la reflexión, aunque a veces no sepa dónde le lleva esa reflexión. Aunque a veces sea capaz de pensar una cosa y la contrario con sólo cinco minutos de diferencia.

Cuando el avión despega y voy a asomarme por la ventanilla, abro al azar el libro del poeta y veo que me advierte: Y no mires el mar porque todo lo sabe. Obediente, aparto la vista y me voy quedando dormido de vuelta a la península…



PS: A vueltas con la crisis de la izquierda. Leído en la Vanguardia española. Lúcido Gregorio Morán.

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