Baalbek, como tanto otros lugares en esta tierra, fue muchas cosas. Fue Heliopolis para Alejandro el Grande, ya saben, el hombre que estaba casado con Roxana, la chavala de Police. Un punto de paso para el oriente. Un lugar desde el que dominar un valle. Luego fue una ciudad romana, cuyos restos pueden visitarse. Luego fue bizantina, musulmana… Al llegar el XIX, fue un campo de pruebas donde dar a conocer la grandeza de Alemania. Un país que había llegado tarde a todos los repartos. Fueron alemanes los arqueólogos que, a finales del XIX, pusieron en valor todo esto. Aquí vino el Kaiser Guillermo, a observar las ruinas. Aquel Guillermo que se refería a Dios como “un antiguo aliado de Nuestra Casa”. Avanzamos por la ciudad vieja antes de ir a ver las ruinas. El zoco, la carne expuesta, los pescados. Y los dulces. Esa obsesión árabe por los dulces. Las mujeres son heterogéneas: parece que los chiíes, pese a la imagen de Jomeini que tenemos en occidente, son más relajados con la imagen externa de la mujer. Pese a todo, la obsesión de las religiones con la mujer. La obsesión por controlar sus vidas. De confundir de manera interesada lo moral con lo penal. Ni un solo niqab, desde luego ni un burka; varias van con velo, es verdad, pero también muchas van vestidas a la occidental. Almorzamos, ventajas de viajar con quien conoce el terreno, en un bar del casco viejo. Somos los únicos turistas en él. Ajami se llama. Humus, fantástico, y cordero. Más algo de tomate. Venden cerveza. Tras el te, salimos a ver las ruinas. De camino, nos quieren vender unas camisetas de Hizbulá: la izquierda antisistema, tan atenta siempre al márquetin. Que se note que estamos en su feudo.
De pronto, nos damos de frente con los restos de lo que aquí hubo. Impresiona. No creo que ni siquiera en Italia queden monumentos así. La proporcionalidad. Las columnas y sus capiteles. Fustes de más de dos metros de diámetro. El templo de Júpiter. A todo puede accederse, las medidas de seguridad son mínimas y no tardará en matarse algún turista por aquí. El sobrecogedor Templo de Baco está casi entero, únicamente ha perdido la cubierta. Paseamos por el recinto. Al lado, los restos de otro templo. En el artesonados, enormes estrellas de David. No se cansa uno de mirar, de ver, de pensar. De sentir. Cuántas cosas por compartir. Va cayendo la tarde. Entramos en uno de los museos, que muestra el proceso de enterramientos en la zona a través de los tiempos. El guarda nos acompaña y nos explica. Todo lo ha pagado Alemania, y los carteles están primero en aquella lengua de pastores (¿verdad Hornuez?) que inventó Lutero para extender su Reforma de la Iglesia.
Antes de volver a Beirut paramos en el Palmira. Un hotel decadente. Lo que me gustan esto sitios. Aquí se alojó el Kaiser. Aquí venía la bohemia francesa durante los años cincuenta y sesenta. El tiempo se ha detenido en este hotel, mientras se pone el sol en el resto del país. Es hora de volver a Beirut.
PS: "La German Kultur, a los ojos de los alemanes, era la heredera de Grecia y Roma, y ellos se consideraban a sí mismos como el más culto de los pueblos modernos” Tuchman, B.: La torre del orgullo. 1890-1914: una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial. Península, Barcelona, 2007. Página 303.
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