El
libro de Reverte. El objetivo de abrir el Paso del Noroeste
estuvo claro durante siglos. Para las monarquías británica y francesa (sí, hubo
una época, desocupado lector en la que los franceses
tuvieron reyes, y no esa colección de naderías que va del ególatra
De
Gaulle a la bobada holandesa,
pasando por colaboracionista Mitterrand o el corrupto Chirac.) el tema estaba
claro. Para llegar a China el problema era que había que bordear África o América
por el sur. Y si los puertos de África eran posesiones portuguesas, qué decir
del Caribe, un mar español, de los virreinatos del sur del continente. La
leyenda hablaba de un camino que permitía llegar al Pacífico por el Norte. Muchos
hombres murieron en el intento. Hudson,
el pusilánime Hudson, que arrastró con él a la muerte a su hijo de dicicocho
años, tras sufrir un motín en 1611. La expedición de John
Ross en 1818, los viajes de
Parry años después. La tragedia de los hombres de Franklin,
desaparecidos en una época en la que los medios de comunicación ya eran capaces
de componer relatos completos sobre los dramas humanos. Franklin era un insensato
que no había aprendido anda de sus anteriores andanzas en el Ártico, sólo así
se explica que llevara copas de cristal o vajilla de plata. Un hombre que
siempre pensó que los esquimales eran salvajes y que no entendía, por ejemplo,
la necesidad de comer hígado de foca para prevenir el escorbuto. Franklin
partió en una expedición en busca del paso cuando ya era un hombre anciano para
la época, en 1845, con más de ciento veinte hombres. Ninguno regresaría con
vida. Tras más de dos años sin saber nada de su expedición, la insistencia de su
mujer, modelo de dama victoriana, hizo que empezaran a
organizarse expediciones en su búsqueda. Más de medio centenar entre 1848 y
1859, algunas de ellas financiadas por su esposa. Su desaparición lo convirtió
en una leyenda. En el héroe que parte para no volver. Un divinal Odiseo que no volverá
jamás. Poemas, canciones populares. Una historia de amor imposible. Una viuda
que no descansó hasta localizar sus huesos.
Finalmente,
fue Roald
Amundsen, quien supo aprender de los esquimales, e primer
occidental que cruzó el Paso y despejó las dudas y las leyendas. Ironías de la
vida, al igual que Franklin, Amundsen también acabó desapareciendo entre los
hielos, en este caso en el mar de Barents,
años después.
PS:
Dice un personaje del libro de Reverte que “a los hombres inteligentes sólo nos interesan las
tragedias. Los finales felices los dejamos para los escritores mediocres”
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