Seguí
paseando. Me quedaba tiempo y nadie me esperaba en ningún sitio. Ventajas de la
soledad. Me acerqué al Espacio de arte de la Fundación
Telefónica, en la trasera de su edificio emblema en la Gran
Vía. El edificio es hermoso. La arquitectura del XX. El óxido. Lo asocio a la
tristeza. Me pasa por Vallejo,
lo sé. Una
colección que es en realidad un homenaje al cubismo. Y a
ese Juan
Gris misterioso y esquivo. Mientras paseaba la exposición
pensaba en que pocas corrientes más ligadas a la Telefónica que el cubismo. En
aquellos años estaba popularizándose el teléfono, primero entre las élites.
Siempre las élites. Siempre las ha habido. Empezaba un siglo que iba a ser de paz, nos
decían. Pero amanecía raro. Y el arte fue el primero en darse cuenta. Y nadie
antes que el cubismo lo vio.
La realidad deconstruida. La realidad fragmentada. La realidad del caos. El
mundo de las telecomunicaciones que estaba llegando. Braque
y Gris explican lo que vino después, como lo explica esa mujer de mirada
perdida que bebe absenta y que Picasso nos regaló. Hay algo desasosegante
en el cubismo; en la vida extraña de Gris. En todos nosotros.
Quizá esos cuadros sólo sean un espejo de lo que no nos atrevemos a mirar.
Quizá esos cuadros sólo sean un espejo de lo que no nos atrevemos a mirar.
PS:
mi espalda; el mapa donde se van quedando grabados, uno a uno, todos mis
fracasos.
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