Basándose
en una obra de Paul
Fussell, Kaplan establece, en su invierno
mediterráneo, una distinción entre exploradores, viajeros y turistas. Aquellos llegaron hasta el
XVIII, los viajeros son propios del XIX y los turistas del XX. Si los
exploradores buscan llegar donde no llegó nadie, los viajeros buscan descubrir
y comprender aquellos rincones en los que se fraguó la historia del mundo,
mientras que los turistas disfrutan de lo que alguien ha preparado, con más o
menos gracia, para ellos.
La
disquisición es pertinente. Viajar es tener los ojos abiertos, buscar,
confirmar, leer, dudar… ser turista en dejarse llevar. En efecto, viajar cuesta
un gran esfuerzo, no sólo económico. Viajar exige tenacidad y por eso el viaje
ha de ser visto como una forma de crecimiento personal (será que estoy
empezando la Odisea). O de refinamiento del espíritu, si se prefiere.
Kaplan,
una de las personas que me enseñó a viajar, no se deja llevar por los tópicos.
Se puede ir de hotel barato en hotel barato, vestido de perroflauta, y no enterarse uno de nada, y se puede
ser jubilado, ir en un viaje del inserso,
e intentar comprender todo lo que nos rodea.
Como
casi siempre, la clave está en nosotros.
Por mi parte, yo viajo poco pero, cuando lo hago, procuro no hacer
turismo. Ya
me conoce, desocupado lector.
PS:
[…] el hecho de que haya muchos lugares
donde uno sólo puede ser un turista no significa que dichos lugares carezcan de
valor o que por lo menos no puedan resultar tan inspiradores como las mejores
clases.
Kaplan,
Robert D.: Invierno
mediterráneo. Un viaje por Túnez, Sicilia, Dalmacia y Grecia.
Barcelona, Ediciones B, 2004. Pág. 208
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