20.2.13

Dos Exposiciones, y aquella España...


Dos diletantes en el Prado, hubiera escrito cualquier lector que nos hubiera visto entrar al maestro Oscarnello y a mí al museo el otro día. Un par de exposiciones. Soy un incondicional de las que monta el Nacional del Prado, pero en este caso me dio la sensación de que había una descompensación excesiva. Una era sobre el joven Van Dyck. Ahí me perdí. De pleno. No tengo conocimiento para entender muchos de los matices de la escuela flamenca, y menos aún para valorar la evolución de Van Dyck. En cualquier caso, un magnífico (y precoz) retratista,  pero que no es capaz de terminar con soltura algunas de sus obras en esa época.

La otra exposición, sobre un paisajista del que nunca había oído hablar me dejó boquiabierto. Martín Rico lo llamaban. Otro ejemplo de que muchas de las cosas de la ILE no eran más que bobadas jeremiacas de aquellos niños consentidos que no entendían cómo el país no los aclamaba. Martín Rico: un español que se dedicó al arte y que vivió de él, frente al relato de la España salvaje que nos acabaron vendiendo San Giner y su patulea. Martín Rico; un hombre reconocido en la Europa de su tiempo que disfrutó pintando paisajes y espacios abiertos. Algunos impresionantes: la desembocadura del Bidasoa, la Aguadora, el Toledo de 1875, o París desde el Trocadero. Un triunfador.

Aquella España que también lo fue.
La España que se modernizaba, al igual que el resto de Europa, durante el Reinado de Isabel II
La España de la concordia, la que se construyó bajo la monarquía Alfonsina.
Una España que termina en la Guerra Civil, es cierto; pero una España en la que aquel final trágico fue solo uno de los muchos que habían sido posibles.

Aquella España en la que el Perdidaco rondaba a la hermosa María, una rica de Robleda, antes de dar paso a una de las más trágicas historias de amor de aquella (nuestra) Sanabria 

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