27.5.08

Jueves 15. La capital del norte (Pequín)

Amanece Xi´an. Desayuno frugal en un japonés. Empezar el día con maki es una delicia. De camino al aeropuerto nos vamos despidiendo de Tao. Ha escrito algunos libros en castellano sobre los guerreros. Pero deber ser duro vivir preso en un país en el que el gobierno se considera con derecho a decirte a qué países puedes viajar y a cuáles no.

El vuelo hasta Pequín es con
China Eastern Airlines. Pequín, la capital del norte. Su importancia en la milenaria historia china es relativa y reciente, ya que data apenas del siglo XV. Durante el viaje aprovechamos para ver el sol por las ventanillas del aparato. Cuando aterricemos, sabremos que nos envolverá de nuevo la espantosa atmósfera de las ciudades chinas. Al llegar, es casi la hora de comer. Nuestra guía se presenta. Se llama Fernando y es quizá el más ideologizado de todos los chinos con los que hablo durante el viaje. No llega a los treinta años. Nos habla de su país con orgullo, y de su gobierno con respeto. Almorzamos en un selecto restaurante, al lado del Estadio de los Trabajadores. Aquí almuerzan los ricos de la ciudad, pero desde luego ningún obrero y ningún campesino, por más que ellos compongan la clase dirigente china según la inefable constitución de la República Popular.
Acaba el almuerzo. Vamos a ir a conocer una parte legendaria de la ciudad, pero que está desapareciendo deprisa. Vamos a conocer los
Hutong, los callejones que conectan los barrios y las casas de la vieja Pequín. Son el Pequín legendario de las películas, el Pequín que todos tenemos en la imaginación. Pero los Hutong están desapareciendo deprisa. La ciudad crece y se necesita espacio. La desaparición de los Hutong es una buena muestra de porqué las dictaduras son malas, con independencia de su éxito económico. En un país libre, habría cierta prensa que protestaría contra la desaparición de estos barrios. Es más, los bloggers, las radios o incluso algún partido de izquierda, que ironía, llamaría la atención de los medios y se conseguiría al menos que el proceso fuera más racional, y que se conservaran algunas partes de interés. En la China de los obreros y los campesinos eso no es posible. Porque no hay prensa libre, lector; porque Internet está capado en determinadas páginas y porque las cadenas públicas son nada menos que siete. Propaganda basura a la mayor gloria del caudillo.

En los hutong están las
siheyuan, casas cuadradas con un corredor en torno a un patio central. Las viejas viviendas de un Pequín ya espectral que se tragará el polvo de la historia. El viaje por los Huntog lo hacemos en Rickshaw, como corresponde al decadente turismo occidental. Va cayendo la tarde. Un mundo va desapareciendo. Las siheyuan están mal conservadas. La mansión del Príncipe Yixin es uno de los pocos edificios dignos que quedan en pie. Muchos turistas se afanan en grabar sus recuerdos. La pobreza es visible por doquier. Entramos en una “Casa de Té” a ver la ceremonia. El proceso es lento y milenario, pero el fin es claro y moderno; vender.

Acabado el paseo nos relajamos un poco viendo ejercitar el
taichí a unas profesionales. Al segundo movimiento me retiro ante el temor de luxarme algún miembro. A unos metros, unos jóvenes juegan con unas chapas a mantener una figura en el aire como si fuera un balón de fútbol. Un Starbucks preside la plaza.

Marchamos al hotel. El magnífico China World. Al llegar al recibidor, un trío ejecuta música clásica. “Siempre que llego a un hotel nuevo en una ciudad desconocida pregunto en recepción el nombre de las doce mujeres más hermosas del lugar y el de los doce hombres que podrían matarme” escribió un clásico en algún sitio. El hotel es el lujo personificado. -Qué hace un sanabrés como tú en un sitio como este,- le pregunto a Angelito mientras nos sentamos a tomar un oporto en el bar del salón principal.

Tras una ducha, llega la hora de cenar. Como el estómago empieza a estar castigado, hoy toca europeo y cenamos en el Firstar. Hay una pianista en medio del restaurante. Suena una melodía familiar; As time goes by. La cena es magnífica.

A la vuelta, de nuevo gin tonic en el hotel. Agustín ofrece un purito.
Joao me decía cuando yo aún estudiaba la carrera: “maldita sea la miseria”.
Pues eso.

PS: "Una de las principales acusaciones contra Koltsov consistía en que su hermano, el profesor Friedlender, decano del Departamento de Historia de la Universidad Estatal de Moscú, había sido fusilado como enemigo del pueblo. Pronto se comprobó que Friedlender no era pariente de Koltsov, y que su verdadero hermano, Boris Yefímov, estaba en libertad. Pero eso no modificó en lo más mínimo el destino de Koltsov".
Laqueur, W: Stalin. La estrategia del terror. Ediciones B, Barcelona, 2003. Página 123.

PD: empate a uno en el primer partido de la eliminatoria. A ver si hay suerte en la vuelta. Y
chapó por las aficiones. De matrícula de honor.

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