30.5.08

Viernes 16 (II). La ciudad púrpura y el mercado (de la seda)

Nos acercamos a la Ciudad Prohibida. Para ser más exactos, a la Ciudad Púrpura Prohibida. La ciudad fue inaugurada en febrero de 1421 por el emperador Yongle, hijo del fundador de la dinastía Ming. Procedente de una familia de campesinos, el Emperador quiso dar lustro a la capital que fundaba, a la que llamó capital del norte. La obra de la Ciudad Prohibida duró más de quince años y en ella trabajaron más de doscientos mil obreros. Yongle arrebató el trono a su hermano, y abandonó la capital del sur, Nanquín, para fundar una nueva en la que se sintiera rodeado de partidarios. Fue bajo su mandato cuando Zheng He recorrió el pacífico buscando países que reconocieran al monarca del Imperio del Centro y ejecutaran ante en la Corte el koutou, o sumisión ritual ante el Emperador.

La ciudad prohibida es en realidad un vasto recinto amurallado compuesto por varios palacios y recintos, en el que se alojaban no sólo el Emperador y su familia, sino también los altos funcionarios del Estado. Tiene 9.999 habitaciones. Los edificios son de madera. Pero no son hermosos. Su función es impresionar al visitante. Hacerle sentir el poderío de los Ming y del Imperio del Centro. La ciudad fue concebida para demostrar poder, un poco al estilo de lo que hizo el César Carlos con la
Puerta de Bisagra en la Ciudad Imperial. Es fácil reconocer la dignidad de cada construcción, en función de la decoración externa de cada una de las gárgolas que poseen. A más figuras, más relevancia. Hay mucha gente, y el ambiente está realmente contaminado. Fernando, nuestro entrañable y sectario guía, nos lleva a ritmo militar por las plazas, palacios y callejuelas de la Ciudad. Hay mucha gente, pero en verano es peor, parece. La presencia constante de la madera, explica la existencia de grandes tinajas de cobre a cada paso, para poder hacer frente a los incendios. Encontramos a un chino con una camiseta de la selección española. Fotos de rigor. Nos habla de Raul. Vaya por dios.

Al abandonar por el norte la ciudad prohibida uno encuentra una colina. Fue construida con la tierra que se removió para hacer los palacios. Llega la hora del almuerzo. Hoy toca degustar, en toda su extensión, el pato laqueado, el plato pequinés por excelencia. Nos enseñan con paciencia como montarlo en el plato, pero las exquisiteces y paciencia confuciana chocan de frente con el catolicismo contrareformista zamorano y, aunque intentamos colaborar en la alianza de civilizaciones, optamos por comerlo a nuestra manera.

La tarde es para vivir uno de los espectáculos más fascinantes de Pequín. El mercado de la seda. Un edificio de siete plantas en el que se venden todo tipo de falsificaciones El ambiente y el juego es fascinante. Se vende de todo; desde Ipod hasta pañuelos de seda, pasando por maletas y bolsos de marca. Todo falso. El paraíso de la clase media. Empieza el juego. Las dependientas manejan, de manera rudimentaria, varios idiomas. Mezclan castellano e inglés. Te ofrecen un precio, te haces el ofendido y cuando haces ademán de irte, te ofrecen una calculadora para que pongas un precio. El que pones suele ser diez veces menor del que te piden. Se hacen las ofendidas: “I Kill you”, “tacaño”, y contraatacan sin perder la sonrisa. Otra opción puede ser que les pidas productos de mejor calidad. Entonces te miran con aire de confianza y abren un cajón y te ofrecen productos supuestamente mejores a más precio. En algunos casos salta a la vista que el producto es mejor, y también más caro. La tarde es agotadora y se nos va recorriendo las plantas del mercado.

La cena es en un restaurante uruguayo. La globalización es un señor que vino a China a importar productos para Uruguay y se acabó quedando tras poner en marcha un asador.

La globalización, ese hermoso perfume de la modernidad.


PS: “Todos los movimientos de las dos pasadas décadas (los movimientos consumista, ecológico, de protección a la tierra, hippie, de alimentación orgánica […]) han tenido un común denominador. Todos ellos han sido movimientos anticrecimiento. Se han opuesto a los nuevos desarrollos, a la innovación industrial […]". Friedman, Milton y Rose:
Libertad de elegir (II). Folio, Barcelona, 1997. Página 268

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