13.11.10

Murió Berlanga

Murió Berlanga. Recuerdo Los jueves milagro. Aquella España que algún día echaremos de menos. En cuanto a inocencia perdida, digo. Al cine llegué a tiempo de ver París Tombuctú. Pero para mí Berlanga será siempre, hasta ahora al menos, ese alcalde que nos debía a todos los vecinos de Villar del Río una explicación y que, como alcalde nuestro que era, nos la iba a dar.

Aquel Bienvenido Mister Marshall. El sueño de ese alcalde. Aquella España

Hoy no hay coda. Hay esta escena.






Una escena inmortal.

Que la tierra lo sea leve

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pese a estar convencido de que la muerte no existía, Luis García Berlanga se tropezó ayer con ella, a los 89 años. A sus espaldas deja una obra cinematográfica tan inmensa como su personalidad, en la que destacan varias obras maestras como El verdugo, Bienvenido Mr. Marshall o La escopeta nacional. Pocos artistas han descrito con más agudeza la España rancia y pacata que tomó forma bajo la dictadura franquista y que, en ciertos aspectos, alarga su sombra hasta el día de hoy. Berlanga, que se definía a sí mismo como un “anarquista conservador”, se las arregló para sortear los embates de la censura utilizando una herramienta que suele irritar –y desconcertar– a los totalitarismos: el humor, la sátira, que en su caso adquirían la forma de esperpento, quizá porque no había otra manera de relatar los usos y costumbres bajo un régimen reaccionario y gris, donde la aristocracia cerraba negocios en largas jornadas de cacería mientras la omnipresente Iglesia bendecía obsecuente el orden impuesto por la cruzada nacional. Pero Berlanga no se quedó aferrado a aquella vieja España y también dirigió su mirada cáustica y crítica a la cultura del pelotazo de los noventa, que inmortalizó en Todos a la cárcel.
Se cuenta que, en cierta ocasión, cuando algunos ministros de la dictadura afirmaron que Berlanga era un anarquista o un bolchevique, Francisco Franco dijo: “No es un comunista, es mucho peor que eso, es un mal español”. En realidad, era algo aun peor (para el poder, se entiende): un ciudadano en permanente –y divertida– rebelión contra el orden establecido.