28.2.12

Volver, al Prado

Fuimos a ver la exposición sobre el Hermitage que ha organizado el Nacional del Prado. Es memorable. Pero déjeme, desocupado lector, ir aterrizando de manera suave en ella. A la entrada, una foto mural del museo. Una foto cuya contemplación merece silencio. Pocos museos del mundo serían capaces de organizar una retrospectiva así: de los que conozco, además del Nacional del Prado, el Louvre y quizá el Metropolitan. Museos totales. Museos concebidos a la mayor gloria del Estado nación. Museos que albergan en sí mismos una riqueza que resiste todas las comparaciones. El Hermitage es una metáfora de San Petersburgo, al igual que la ciudad es una metáfora de la modernización. Sueños incumplidos. Una ciudad creada sobre una laguna. Una puerta a Europa. El sueño de la Corona: ligar su país a las grandes potencias europeas. Un país excéntrico y grande. Un país con demasiado misterio. La tercera Roma. El proceso de creación de la ciudad es quizá el capítulo más hermoso de ese magnífico libro de título profético que escribió Bermann hace muchos años: todo lo sólido se desvanece en el aire. El hielo sobre el Neva. Una ciudad que tiene por nombre una avenida que se llama Perspectiva. Íbamos a habernos acercado a ver la ciudad aquel verano inútil, pero el sueño salió mal. El nuestro y el de todas las rusias. La ciudad perdió la batalla de la modernidad no por su siglo XIX, convulso como todos, sino por el desastre bolchevique. Una plaga. Un horror. Allí terminó Rusia y el planeta descubrió que había otra manera, terrible, de asomarse al mundo moderno.

Habían llegado los comunistas.


PS: En casa. Convaleciente, pero por fin en casa.

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