24.2.12

Su nombre era el de...

Uno intenta verlo desde fuera. Asumir que la inestabilidad forma parte de la vida moderna. Que ya no quedan pilares sólidos sobre los que asentarse. Que el trabajo es temporal, los amigos van y vienen y las mujeres, ¡ay, las mujeres!, nunca llegan a tiempo cuando uno las espera. O cuando llegan ya no cuentan con uno. A veces es duro. Es duro vivir. Es fácil caer en la tentación de sentirse decepcionado, de querer parar ya de correr, de rendirse. Y me acuerdo entonces del párrafo del libro de Syjuco, qué hermosas lecturas al azar en la soledad de la noche. Aunque si fracasé fue únicamente porque me exigí a mi mismo objetivos que ninguno de ustedes ha llegado siquiera plantearse. No en un consuelo, pero es lo que hay.

Suena Loquillo, cantando a Luis Alberto de Cuenca. Compré el otro día el disco en Itunes. Relaja oírlo en la soledad de la noche. El poeta me recuerda que su nombre era el de todas las mujeres. Quizá porque en este juego, todos somos peones, la cita es de Campoamor, en Otoño. Peones de un juego que no entendemos. La grandeza es intentar levantarse sobre el tablero y transformar el peón en un ser dotado de identidad propia, como lucha el Coloso de Goya por salir de las arenas movedizas. Quizá sea una aventura destinada también al fracaso. En cualquier caso, aún no termino de comprender cómo hay gente que no se asoma a leer poesía...


PS: La olvidé. Por completo. Para siempre / (o eso creía entonces). Me cruzaba / con ella por la calle y no era ella / quien se paraba ante un escaparate / de ropa deportiva, no era ella / quien compraba el periódico en un quiosco / y se perdía entre la muchedumbre. / Como si hubiera muerto. No era ella. / Su nombre era el de todas las mujeres.

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