17.10.12

Jugando con los muertos mientras suena, al fondo, The Lass of Aughrim


Este Madrid. Ventajas de una tarde de otoño. 

Una magnífica exposición a cargo de la profesora Borràs Castanyer en el Caixa Forum sobre ese juego de espejos que forman por un lado el relato de Los muertos, de Joyce, ya sabe, desocupado lector, uno de mis fetiches, y la película dublineses, de John Huston. El ponente hace un retrato preciso de la vinculación entre el texto y la película, y qué significó para uno y para otro. Aunque estoy de acuerdo con su interpretación en general, creo que no destaca el peso que la identidad tiene en el relato, como lo tuvo para el propio Joyce, un personaje fascinante, harto del pacato nacionalismo irlandés que dominaba la vida política de su país. Esos reveladores momentos, cuando su compañera de baile lo llama traidor por no veranear en “su país” o por no conocer la lengua de “su país”. Por eso, la nevada que cae al final es mucho más que un desengaño amoroso, claro que lo es. Es la nieve, en forma de identidad premoderna, melancólica y paseísta que empezaba a dominar toda Irlanda. Los grandes desgarros de la modernidad, cuando adoptan la forman de la identidad, empiezan siempre con una nevada fina que lo va cubriendo todo durante años. La autocensura, la mutilación de los recuerdos, el silencio en la oficina… esa nieve que lleva cayendo, por ejemplo, más de treinta años sobre Cataluña. A mayores, y más allá de la identidad, hay algo que une a Michael Furey, el joven muerto, con la Irlanda del pasado, como hay algo que vincula a Gabriel Conroy, el marido al que Greta descubre, después de tantos años, que ya no ama, con Inglaterra y con el cosmopolitismo. Ese peso de la memoria que nos ata a las tierras y a las personas. Y lo sé porque yo he sido, en muchos aspectos, al igual que usted, ambos personajes en diferentes momentos de mi vida: uno es Michael para algunas mujeres, que nos recuerdan mientras miran el horizonte por una ventana, mientras oyen una vieja balada, o mientras juegan con sus hijos y una lágrima escapa furtiva por su mejilla; o es Gabriel, y ve entonces a su mujer mirar melancólica el horizonte por la ventana y la observa también,  a lo lejos, con su cara triste mientras juega con sus hijos...

Al fondo, ese equilibro, siempre dual, siempre inestable, entre los papeles que todos hemos desarrollado alguna vez en la vida, tal y como escribí aquí ya alguna vez, es también el equilibrio inestable entre la necesidad de una raíz y la necesidad de respirar aire libre y de abrirse a un mundo que no termina nunca.

Y es que, como escribió Zizek en algún sitio, detrás de todo conflicto identitario siempre hay un poeta. Mientras suena The Lass of Aughrim, claro.


PD: D. Mario dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel, a propósito de todas estas zarandajas: "La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver  […]

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