Voy
leyendo los
culturales con
retraso. Venía en el del abecé un interesante artículo de Anna
Caballé sobre Contra toda esperanza, las memorias de Nadiezdha, la mujer de Osip Mandesltam
que acaba de publicar Acantilado. No dejo de asombrarme cada vez que me acerco
al horror nazi o comunista de los años treinta del pasado siglo. La historia es
conocida: Osip dedica en 1934 un poema al montañés del Kremlin una forma
como otra cualquier de conocer al padrecito de los pueblos, y ahí empieza su calvario, un calvario
que finalizará en Kolymá, quién sabe en qué punto exacto, en 1938. Las memorias de su
viuda narran aquellos últimos años de horror. Y me interesa el artículo de la
Caballé porque remarca algunas cosas que aquí se suelen pasar por alto, como
que las campañas de terror contra los intelectuales empezaron con Lenin, no con
Stalin. Un Lenin que los definió una vez como la mierda de la nación. O que el
terror soviético fue, a diferencia del nazi, un terror que no diferenció entre
sus víctimas convirtiéndose por lo tanto
en un Estado que luchaba contra su propio pueblo: “dadnos al hombre y os
daremos la acusación”, como decían los siniestros agentes del NKVD.
Y
al fondo, el recuerdo de los que no se doblegaron. Aquellos que, como
Mandesltam, pudieron decir hasta el final “no me han quitado estos labios que
se mueven”.
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