5.10.10

Imaginemos por un momento...

Imaginemos. En España hay una banda terrorista de extrema derecha que se dedica a asesinar a izquierdistas y a nacionalistas, digamos, vascos. Los caza como a las ratas, les pone bombas, los extorsiona… Imaginemos que en un país de Iberoamérica, digamos Chile, hay un dictador derechista que se carga las instituciones democráticas y que pisotea a la disidencia. Imaginemos que un día, uno de estos terroristas es detenido y confiesa haber recibido entrenamiento en Chile.

Ya me imagino los llamados de la ser, de público, incluso del preescolar este, contra el gobierno fascista chileno, boicot a sus productos, conciertos, manifiestos…

Algo así ha ocurrido, pero como el dictador es bueno, porque es primo de todos estos lanas que sufrimos como una plaga, aquí no ha pasado nada. Pero nada de nada, oiga usted. Ni una sola voz. El dizque gobierno, callado. La dizque prensa, callada. Todos callados. ¡Socialistas de todos los partidos, silencio con el dictador, que es de los nuestros!



PS: "Pero, a pesar de la abrumadora evidencia, muchos se seguían resistiendo a creer o, por decirlo de manera más incisiva, seguían dispuestos a negar la veracidad de lo que aún estaba ocurriendo en la Unión Soviética. Jean-Paul Sartre fue uno de los intelectuales más brillantes que no creyeron a Kravchenko, apoyaron a los comunistas en Corea del Norte -“Todo anticomunista es un perro”- y justificaron el terrorismo de Estado como “la partera del humanismo”.

Tzouliadis, T.: Los olvidados. Una tragedia americana en la Rusia de Stalin. Debate, Barcelona, 2009. Página 304

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay un político venezolano que rifó una operación de aumento de pecho como reclamo populista para conseguir fondos para su campaña electoral. “Hay a quien le parece simpático”, declaró a los medios. ¿Adivinan qué político fue? Pues no. No fue Hugo Chávez, sino Gustavo Rojas, uno de sus opositores. Sucedió este verano pero, curiosamente, la noticia pasó desapercibida.

Hay también un político latinoamericano que modificó la constitución de su país, que sólo permitía un mandato, para ser reelegido. Lo consiguió. Volvió a intentarlo otra vez, para una tercera presidencia, y en esta ocasión los jueces se lo impidieron. No me refiero al depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya, sino al ex presidente colombiano Álvaro Uribe. Curiosamente, a él (promotor de siete nuevas bases militares de EEUU en Colombia) no le dieron un golpe de Estado.

Hay un país sudamericano donde están censados 32.000 desaparecidos, más que la suma de todas las víctimas de todas las dictaduras del continente juntas. La mayor parte de esos muertos, que ahora aparecen en enormes fosas comunes, fueron asesinados por grupos paramilitares, tolerados y muchas veces dirigidos desde el Gobierno, que se apoyó en ellos para la guerra sucia contra el terrorismo y también contra sus opositores políticos. Hay en ese mismo país cerca de cuatro millones de desplazados y, de colofón, un puesto de honor para la historia: que este Estado puede presumir del 60% de todos los sindicalistas asesinados en todo el mundo el año pasado. ¿El Chile de Pinochet? ¿La Argentina de Videla? ¿La Cuba de los Castro, entonces? No. Estas cosas pasaban en la muy democrática Colombia de Álvaro Uribe. Curiosamente, nadie en la prensa le llamó gorila rojo ni dictador bananero.