Me puse con El hijo del chofer, lo de Jordi Amat publicado en Anagrama. Pudo más mi interés por el siniestro personaje que mi poco aprecio -intelectual- por el autor: ya conté aquí que no me gustó su ensayo, exquisitamente equidistante, sobre la sedición de gran parte de las élites nacionalistas catalanas en 2017. Aún así, me lancé...
A Alfons Quintá lo conozco desde hace mucho tiempo, no en personas, por supuesto. Hace veinte años, repasando la creación de la televisión (nacionalista y) pública catalana, me topé con un par de reflexiones suyas escalofriantes, publicadas con motivo del décimo aniversario de sus emisiones (TV3, 10 anys): "La base de nuestra existencia nacional es, en primer lugar, la lengua. Es lo que determina nuestra forma de ser y, a la vez, es su más importante consecuencia" -sustituya, caro lector, "lengua" por "raza" y vuélvalo a leer...
"No se es buen catalán leyendo a Bernat Metge y, a continuación, pidiendo un café en el bar de la esquina en castellano".
Buenos catalanes frente a malos catalanes. Este tipo era Quintá. De aquella basura vienen estos lodos: un ladrón encargó a un asesino psicópata construir una televisión nacionalista. ¿Qué podía salir mal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario