Hoy, que ya es lunes, tras un fin de semana de recordar la infancia de Jimena, a través de esos objetos que, ilusos, creemos que nos pertenecen, no puedo más que recordar el soneto de Borges, siempre Borges, al que recitaba, mentalmente, el domingo en Sant Cugat, antes de cargar el coche:
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
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