Hace
años, las máscaras del héroe despertaron en mí una rara fascinación por
el mundo cultural de la España del final de la Monarquía, de la República de trabajadores y de la aterradora guerra civil. Se trata
del mejor libro que ha escrito, y que escribirá nunca, me temo, el zamorano Juanmanuel
de Prada. Un tema que, por
cierto, vuelve a salir de refilón también en esa obra hermosa y grave de Antonio MuñozMolina que alguna vez se perderá en la noche de los tiempos.
El
libro de Trapiello, decía, es magnífico. Algo que hacía falta. Claro que hacía falta. Un repaso a la
vida y milagros de los hombres de letras durante el conflicto. En general, un
papel lamentable, con muy pocas (pero honrosas) excepciones. De fondo, la tesis
de Trapiello, que reparte conocimiento y estopa a diestros y a siniestros, y que desliza
la idea de que la guerra fue un juego de aquella juventud alegre y combativa
cuya factura acabamos pagando los padres, los hijos y los nietos…
Para
empezar, los cruces, las amistades. Cómo los que acabaron en la extrema
izquierda pudieron haber acabado en la extrema derecha, y viceversa. De fondo,
una pandilla de señoritos, hijosdeputa la gran mayoría, que miraban con
desdén a un país que intentaba superarse con esfuerzo. Detrás de Largo Caballero y sus proclamas guerracivilistas,
detrás de Joseantonio y sus payasadas, hay un fondo de común de
desprecio a la verdad y de rencor hacia las clases media de un país que se
modernizaba poco a poco. Al histrión de Giménez Caballero y a Ramiro Ledesma los
presentó el que acabaría siendo fervoroso comunista César Arconada, amigo de ambos.
Pero hay más. El propio Gecé recordaría años después que el primer
escritor que la saludó brazo en alto al estilo fascista fue, en 1926, Rafael Alberti.
Son
solo dos ejemplos sacados de las primeras páginas del libro, pero no me dirán
que no son reveladores…
No hay comentarios:
Publicar un comentario