22.12.12

El idiota sigue confesándose...



Hace años, las máscaras del héroe despertaron en mí una rara fascinación por el mundo cultural de la España del final de la Monarquía, de la República de trabajadores y de la aterradora guerra civil. Se trata del mejor libro que ha escrito, y que escribirá nunca, me temo, el zamorano Juanmanuel de Prada. Un tema que, por cierto, vuelve a salir de refilón también en esa obra hermosa y grave de Antonio MuñozMolina que alguna vez  se perderá en la noche de los tiempos.

El libro de Trapiello, decía, es magnífico. Algo que hacía falta. Claro que hacía falta. Un repaso a la vida y milagros de los hombres de letras durante el conflicto. En general, un papel lamentable, con muy pocas (pero honrosas) excepciones. De fondo, la tesis de Trapiello, que reparte conocimiento y estopa a diestros y a siniestros, y que desliza la idea de que la guerra fue un juego de aquella juventud alegre y combativa cuya factura acabamos pagando los padres, los hijos y los nietos…

Para empezar, los cruces, las amistades. Cómo los que acabaron en la extrema izquierda pudieron haber acabado en la extrema derecha, y viceversa. De fondo, una pandilla de señoritos, hijosdeputa la gran mayoría, que miraban con desdén a un país que intentaba superarse con esfuerzo. Detrás de Largo Caballero y sus proclamas guerracivilistas, detrás de Joseantonio y sus payasadas, hay un fondo de común de desprecio a la verdad y de rencor hacia las clases media de un país que se modernizaba poco a poco. Al histrión de Giménez Caballero y a Ramiro Ledesma los presentó el que acabaría siendo fervoroso comunista César Arconada, amigo de ambos. Pero hay más. El propio Gecé recordaría años después que el primer escritor que la saludó brazo en alto al estilo fascista fue, en 1926, Rafael Alberti.

Son solo dos ejemplos sacados de las primeras páginas del libro, pero no me dirán que no son reveladores…

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