Rescato este
párrafo de un magnífico libro que disecciona, mientras recrea la sangre
de abril, el nacimiento del capitalismo moderno. Y lo rescato porque si
hay algo fascinante de la modernidad es la movilidad. La capacidad de, como yo
hoy, desayunar en Madrid y almorzar en la Sanabria. La posibilidad, en suma, de
hacer que los territorios sean de uno, y no al revés.
Disfrútela,
desocupado lector.
“Como Venecia, la pequeña Florencia
[del siglo XV] era todo un Estado y, en su fiero patriotismo, casi una
nación. Los hombres en puestos intermedios y superiores –por no hablar de las
mujeres- no tenían libertad para deambular de una ciudad o de una región a otra
con la esperanza de emprender nuevos rumbos vitales o profesionales. Dicha
movilidad entre los ricos y hacendados es más bien un distintivo de nuestra
sociedad moderna. Por supuesto, los mercaderes florentinos salían al exterior
para manejar sus negocios, a veces durante largos periodos, pero siempre
volvían: el hogar era la vera città, donde se alimentaban poderosas
raíces: la familia, la identidad, el matrimonio y los amigos.
Martínes, Lauro: Sangre
de abril. Florencia y la conspiración contra los Médici. Turner, Madrid,
2004. Página 264
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