Sigo
con el el
libro de Trapiello. Hay un fondo de irracionalidad en la vida política y
social española y europea de la época sin la cual es imposible entender la
tragedia que supuso la guerra civil. Una irracionalidad que venía de antiguo. Una
irracionalidad que en nuestro país viene desde antes del noventayocho y que
encuentra uno de sus faros en ese Costa que reivindica
al cirujano de hierro, o en ese Ganivet que proclama,
como recuerda Trapiello, que “es necesario arrojar un millón de españoles a
los lobos si no queremos irnos todos a los cerdos”. Pero también enfrente,
aquel tal Giner, resentido siempre con un país que no le entregó el timón a él,
tan listo y tan brillante. La modernidad era urbana y era plural, y esto
cuadraba mal con el sueño de un país rural con una élite rentista. No en vano
dice Juaristi que el delirante Sabino Arana se hizo nacionalista porque el
crecimiento de Bilbao le impidió ser alcalde de su pueblo.
A toda esta irracionalidad, y pasando por encima de la Generación del
catorce, se les sumó en los años veinte y treinta los delirios
comunistas en un lado y fascistas en otro. En el medio, una élite cultural encantada
de viajar a Siracusa. Total, la factura no la iban a pagar ellos...
¿Cómo
no íbamos a hundirnos en la miseria si aquí los clérigos
también nos traicionaron a todos?
PS: de nuevo en la Raya.
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