21.6.12

Hopper y la luz de Claudio Rodríguez


Me acerqué a ver a  la exposición de Hopper, en el Thyssen. Los clichés me rodean, y no es fácil írselos sacando de encima. Uno claro: la ausencia de alta cultura en los Estados Unidos. El país de la música y el cine, pero no de la pintura o la literatura. Es un tópico, claro, y como todos esconde mucha generalización. Y los mejor de los tópicos es írselos comiendo, uno a uno, como me ha pasado a mí con Kennedy Toole, con Salinger y con Capote. A Hopper lo conocí tarde, a través de una postal furtiva. Era agosto y ya sabe, desocupado lector, que Lisboa resplandecía.  La exposición es magnífica,  y a mí algunos aires de los cuadros me recordaban a los aires Sorolla. La luz. Quizá nada identifique mejor a esas pinturas de los hermosos años veinte como la luz. La luz de Claudio Rodríguez. Todo en la obra de Hopper es luz. Y es modernidad. Una gasolinera, una oficina, una pareja en casa. Silencio. Incomunicación. Alguien tenía que pintar aquel mundo que estaba llegando para quedarse. El mundo moderno en el que el bullicio de la aldea desaparece engullida por los silencios de la ciudad. Una vía del tren, un vendedor en la calle. Uno se imagina a Scott Fitzgerald y a  Zelda  tomando el sol en alguno de los cuadros.  Un sol que le da a uno de frente cuando se ubica en la perspectiva correcta delante del lienzo.

Hermosa visita, hermosa conversación.

Remansos de lucidez cuando sólo queda ya barbarie.



PS: En La Montaña, que esta tarde toca predicar. Qué distinto el viaje de aquel de septiembre. En algunos casos, creo que he envejecido, desde entonces, varias décadas.

No hay comentarios: