Fuimos a ver, qué cosas, El perro del hortelano, una obra de Lope. El teatro clásico. Tan lejano en apariencia, tan cercano en realidad. Los motivos del teatro son universales. Y eternos. Las dudas. La incoherencia: el deseo de la voluntad frente a la servidumbre de la razón. Un Lope adulto que se adentra en esa dicotomía que nos preside a todos en algún momento de nuestra vida: ir o no ir. Hacer o no hacer. Teodoro, el secretario de Diana, está enamorado de Marcela, criada de Diana. Y Diana está enamorada de él: pero no es un hombre de su alcurnia; ella es Condesa y no podría nunca casarse con un donnadie. Esa sensación de no tener suficiente cuna como para merecer el amor de la persona amada. Esa sensación de llegar tarde. Ella lo desea, pero cuando lo tiene cerca se frena: es un amor imposible. Sin embargo, cuando lo ve irse con Marcela, lo llama de nuevo, su cuerpo arde, su mente se libera, los celos la consumen. Toda una sucesión de idas y venidas fantásticamente narradas en verso. Su cara cuando baja la guardia. Sus formas despóticas cuando la sube de nuevo.
El triunfo del amor sobre la rutina. Sobre lo social. Sobre la presión. Lope, el hombre que supo viajar al corazón de las pasiones humanas y que luego, al volver, supo contárnoslo. Si hubiera sido inglés, sus obras serían ahora conocidas en todo el mundo. El teatro, los sueños y nosotros. La magia de la vida. El abrumador milagro de estar vivo.
PS: Josefina Aldecoa lo resume todo en una sentencia inapelable, recordando que un día fuimos jóvenes: “No te duermas, no renuncies, no te quedes”
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