7.11.11

Una historia lejana, a la sombra de una sobremesa...

Bautizamos a Aleix. Como voy poco a misa, presto atención cada vez que entro en una Iglesia. Las buenas personas, cuando son sacerdotes, saben transmitir una paz que no está al alcance de todos. Acabamos el bautizo y fuimos a almorzar. Y a mí, que soy el que lleva gafas en la familia, me sentaron con el sacerdote. Se nos fue el almuerzo charlando sobre la vida, sobre el pasado de nuestra tierra, su oscuro presente, su incierto futuro. No salió, claro, la emigración, como nos sale siempre. Hablar de la Sanabria es hablar de gente que se ha ido. Y me contó una historia. Una historia que, como todas las historias que son verdad (yosi dixit) es una historia triste.

Él se llamó Miguel. Y ella se llamaba Dolores. Sucedió hace muchos años. Ambos debieron de nacer a finales del XIX o ya a principios del XX. En el mi pueblo. Los dos. Se criaron casi juntos. Y se enamoraron. Son cosas que pasan. Uno no puede andar sintiéndose todo el día culpable por amar. Las cosas hermosas son hermosas, aunque socialmente no estén bien vistas. La familia de ella no quería aquella boda. No, bajo ningún concepto. Así que la mandaron a la Argentina con una tía suya. Así, con dos cojones y a la brava.

Dolores iba a embarcar. Cuando él lo supo, salió detrás de ella, hasta llegar al puerto de Vigo, pero era tarde: Dolores ya había embarcado. Volvió al pueblo, a rumiar su derrota. Se casaron con otros. Ella en los Buenos Aires europeos de los años veinte. Él en su pueblo. Tuvieron hijos y vivieron vidas largas. Los dos. Ella no volvió, creo, nunca a España. Él nunca fue a la Argentina. Miguel tuvo hijos, varios, y llegó a conocer a muchos nietos y creo que a algún bisnieto. Varios de sus nietos son gente amiga mía, a la que respeto, admiro y aprecio. Dolores también tuvo hijos. Y luego nietos. Un día, cuando Miguel era ya mayor, mi interlocutor le preguntó si aquella historia que se contaba de su amor de juventud era real, aquella escapada a Vigo, aquel amor imposible. “Claro, -le dijo muy serio-. Siempre la quise. Tantos años después sigo recordándola muchas mañanas”. Hace poco una hija de ella vino a España. La misma pregunta. La misma respuesta. Claro, mi madre siempre lo amó, en la distancia. Las personas que se aman no se olvidan. Jamás”.


Apuramos el pacharán y seguimos charlando. Oscurece Madrid. Es noviembre. Miro por la ventana y recuerdo que Claudio Rodríguez escribió un poema que principiaba “Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero” y que luego seguía “Y encontrar una calle en una boca, / una casa en un cuerpo [...]”

1 comentario:

Anónimo dijo...

El caso es real como la vida misma y yo conocí a los protagonistas de la románatica historia. Barrio Bajo. Santa Colomba de Sanabria circa 1930 Como en otros casos muy trágicos las versiones son en gran parte iguales y en pequeña parte diferentes. Habaría que añadir algún lado al prisma para que el polígono fuera completo y no sucumbieramos la tentación de enfocar las cosas de hace unos setenta y un años con criterios actuales. Los valores de cada época por descotado varían aunque muchos no lo crean y los de entonces eran diferentes a los actuales