Llegué muy tarde a José Emilio Pacheco. Cuando le dieron el Cervantes, nada menos. Para que luego digan que los premios no valen para nada. Hacía mal tiempo. Era la tarde y estaba en la Sanabria. Me dijo “Única eternidad que sobrevive, / esta lluvia no miente”. Un hombre mayor, huidizo, o al menos esa imagen me trasladaron los medios. Leí las crónicas. No fue un buen año y yo andaba desazonado. Declaró a la prensa que la poesía es una forma de resistencia frente a la barbarie. Y frente a la soledad, pensé yo. Después, alguien me puso delante un poema luminoso. Breve. Conciso. Con ese filo lleno de herrumbre que sólo la poesía es capaz de mostrarte cuando estás desprevenido: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”. El otro día me lo encontré. En la Casa del libro. Tusquets ha editado su poemario completo y no pude resistirme. Ando con él ahora. Sigo con Claudio, claro, pero es que a Claudio ya no creo que lo abandone nunca. Nos vamos conociendo. Un poeta del paso del tiempo. De la nostalgia. Asumir nuestra condición de viajeros en cualquier sitio: “Si te molestan por su acento o atuendo, / [...] emprende un viaje, / [...] a la ciudad más próxima / [...] Verás cómo tú también eres extranjero”.
Un amigo para charlar. Lo leo despacio y me susurra: “No leemos a otros: nos leemos en ellos. / Me parece un milagro [...]”. Le descubro un poema a César Vallejo “-y uno habla y habla”. Y él me cuenta acerca del paso del tiempo “Hablamos todo lo que había que hablar. / Hicimos todo lo que había que hacer. / Nos llenamos / de plenitudes y fracasos”. Y mientras lo hace, me recuerda la inutilidad de la escritura: “Escribe lo que quieras. / Di lo que se te antoje. / De todas formas vas a ser condenado”.
Buena lectura.
El paso del tiempo
PS: mañana a predicar a la capital...
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