27.11.11

Una mañana helada...

Hacía frío. Quizá era febrero, o tal vez había empezado ya marzo. En la Sanabria. Amanecía. Quizá cuatro o cinco grados bajo cero. Quienes han amanecido allí un febrero luminoso saben que el frío no se marcha hasta que uno no se ha calmado. Estaba enfermo. Mucho. Pero se levantó. Se vistió. Con calma. Con pausa. No sé bien el año, pero imagino que sería a principios de los setenta o quizá finales de los sesenta del pasado siglo XX. Salió de casa. Miró al sierro y echó a andar. Desde su San Juan hasta el Mercado hay casi cinco quilómetros por carretera. Poco más de tres y medio si uno ataja por viejos caminos. Eternos cuando uno está enfermo, es anciano y camina sobre las escarcha. No terminaba de amanecer. Y hacía frío. Por fin, llegó al Mercado. Era ya de día. Llamó a la puerta. Lo abrió Manuel, y me parece verlo ahora, mientras lo describo, con sus gafas y su bondad. Se dieron un abrazo. Lo invitó a pasar. Tomaron un café. Hablaron de toda una vida de amistad. Toda una vida, se dice pronto, y se escribe pronto. Dos guerras mundiales, una monarquía, una república, una guerra civil, una postguerra, varios hijos, la muerte de algunos de ellos. Oficios. Salir adelante. Ver cambiar el mundo. Se les pasó el rato charlando. Olía a café, estoy seguro. Cuando debía de ser mediodía llamaron a la puerta. Era su familia. Venían a buscarlo. Dónde te has metido, por Dios, con lo enfermo que estás, como se te ocurre bajar andando al Mercado. Ellos dos se miraron y se entendieron. Era una despedida. Se dijeron adiós con un abrazo. Nunca volvieron a verse con vida. Angel, muy enfermo falleció a los pocos días en su casa de San Juan. Aquél viaje al mercado, a despedirse de su amigo Manuel lo mató, ¿verdad doctor? Le preguntaron al médico. No, aquel viaje le permitió irse tranquilo.

Lauru, el nieto de Ángel se lo contaba el otro día al nieto de Manuel. Y mientras se lo oía contar, a mí se me ponían los pelos de punta...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nadie la llama y viene como el viento... No tiene nombre, no, ni mandamiento.Con el mandil, sécate los ojos, quedito quedo... con el mandil o con el pañuelo ¡hermano pequeño!
¡A quién se lo vas a decir!
¡No te quiero!

Juan de la Cuesta, impresor de halcón en puño y primo del "Manu" (ilegítimo, como no y para no variar).

Anónimo dijo...

Cuando me contaba lo comentaba el sábado, me pareció un bellísima historia...o quizá debería decir, epitafio sobre la amistad. Permitame ampliar un poco la información, tal y como la compartió conmigo. La familia le dijo al doctor...este esfuerzo ha sido el que ha terminado de agotar su vida....y el doctor contestó "No, es lo que le ha permitido partir en paz"

El Coronel

Unknown dijo...

Hermosa historia. Se puede oler el café, y sentir el frío. Sabemos que era una buena persona, el ti Manuel. Lo sabemos, solo habiendo sembrado el bien haces que las almas en paso como las del señor de la historia, vengan a ti para poder viajar tranquilas y con todos los tornillos.
Joao Pires